El Boyero

Hay una palabra bella que la modernidad la convirtió en espantosamente horrible. Yo también la conocí así de fea, hasta que no hace mucho tiempo me percaté de su verdadero significado, recordando como testigo presencial en mi primera infancia, años 50 del siglo pasado, acompañar a mi abuelo Alejandro en sus faenas del campo en “Los Solares”, un pequeño lote de una media cuadra de extensión ubicado en las afueras de Sogamoso, rumbo a Morcá, Boyacá. Fue por esta remembranza que esa horrible palabra, históricamente sogamoseña, cambió definitivamente en mi diccionario. Y me he dedicado, a ratos, en pos de erigirle un merecido monumento. Pero antes, quiero contarles cómo fue que tan bella palabra dejó de serlo. Ocurrió que el río Monquirá, que cursa apaciblemente cerca de Sogamoso, desde comienzos del s.XX, víctima del crecimiento urbano, muy rápidamente se fue convirtiendo en la cloaca del pueblo, vertedero de los alcantarillados. 

Desde ese entonces, y también muy rápidamente, la palabra cambió su significado, que por siglos, desde épocas coloniales, representó nada menos que la pujanza y desarrollo social y económico, no solo de Sogamoso, sino de la sabana cundiboyacense, si es que no, de otras regiones del país. Para el cultivo del maíz, trigo o cebada mi abuelo hacía llevar a Los Solares la yunta de bueyes para el arado desde Puente Piedra, puente que cruza el Monquirá en la salida para Iza y otras poblaciones, tradicional punto de reunión de los boyeros prestos a ofrecer sus servicios de transporte, acarreo, arado, chircal, ladrillera y otros, sitio circunscrito a ese puente conocido por centurias como el lugar del “boyero”. 

Como también rápidamente desapareció el servicio de bueyes reemplazado por camiones, volquetas y tractores a motor, que ahora los boyeros, transformados en camioneros, siguieron ofreciendo a su clientela sus servicios en el mismo sitio de reunión, y a la vez pero por desgracia, en esa época el Monquirá tomó el nombre de ese sitio pero duramente castigado por su nuevo rol con el mote de “Río Bollero”, olvidándose por completo del noble origen del vocablo. 

Testigo mudo de esa época es un yugo que por años creó pátina de polvo en el depósito del patio trasero de la casona de los abuelos Alejandro y Josefina.

Desde que cambié en mi diccionario de bollero a boyero, en 2009, año de exequias de mi tía Beatriz en Sogamoso, he indagado en sogamoseños de pura cepa, viejos y jóvenes, sobre el significado de esa palabra, que suena igual con cualquier ortografía, e invariablemente, sin excepción, todos piensan con elle (y con asco).

No sé con precisión, pero entiendo que el Monquirá sigue con su nefasto rol, pero ahora tunelizado y con pozos sépticos. Es un buen comienzo para cambiar esa elle por ye, y espero ver algún día en Puente Piedra una estatua, placa o monumento en merecido homenaje a este personaje, el Boyero, que a la par del Arriero antioqueño, el Boga del Magdalena, el Palenquero de la costa caribeña, el Baquiano de los llanos orientales, a quien el altiplano y el país debe muchos años de su historia que debe ser contada con alguna canción.

(West Lafayette, Indiana, Estados Unidos, 10/24/2022).

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